Todo esto me lleva a confirmar que el ser humano nunca deja de cambiar. Creemos que seguimos siendo los mismos, la gente así lo cree también. Sin embargo, no es así. A través de nuestra vida experimentamos muchos cambios causados por nuestras vivencias. No me refiero a los cambios físicos. Esos se ven a distancia. Son los cambios mentales y emocionales los que no se notan, pero tarde o temprano, uno los nota. Cuando haces un alto en el ajetreo diario y reflexionas sobre tu vida, tus acciones y reacciones, ahí te das cuenta que algo cambió y nada será igual.
Hace cuatro años, la vida me cambió. ¡La vida nos cambió! La partida de Papi ha sido el detonante del cambio más grande de mi vida. Luego a los años de su partida, llegó el segundo jamaqueón, la partida de Mami. Y mi vida no volvió a ser la misma.
De pronto, todo lo que ellos hacían, tuve que comenzar a hacerlo yo, o Johanna, o Robertito, quién llevó la carga más pesada de este dolor. Ver la casa de ellos vacía al llegar de trabajar es algo qe, aún no supero. Cada vez que llego, aunque ya Robrtito la está habitando, y recuerdo que ya no están ahí, es como si un puñal volviera a espetarse en el corazón. Sé que Joha y Tito también lo sienten así. Aunque no lo hablemos...
Encontrar amistades o personas que los conocían y que no sabían que ellos habían muerto, es como una puñalada que te atraviesa en alma. Han pasados los años y todavía esto sucede.
Sí. Todo cambió.
En todos estos días tomé las cosas con calma, pensando con cabeza fría, porque si me detenía a pensar en el significado de cada mueble, cada pantalla sin pareja, cada estola, cada collar que iba revisando de aquel cofre, cada foto, cada reconocimiento; no habría hecho lo que tenía que hacer. Cerrar el ciclo del luto.
Mas, pensándolo bien, la realidad es que nunca les guardamos luto por completo. Ambos eran personas alegres y sé que están en un lugar mejor. Sé que ninguno de los dos habría estado de acuerdo con el luto prolongado.
Esta misión ha durado casi dos semanas, y faltan cosas por hacer... Mas no fue hasta esta mañana que me asaltó la tristeza y me eché a llorar. No fue un llanto largo, más bien momentáneo. Lloré, me tranquilicé, me enjuagué la cara y salí del cuarto. Ni Julio, ni Robertito preguntaron qué me pasaba. Ellos sabían. Lo que se vé, no se pregunta. ¡Mucho tardé en llorar!
Creo que el ser fuerte ha llegado como parte del jamaqueón de hace cuatro y dos años.
En fin, gracias a la decisión de Robertito de mudarse a los bajos, comienzó el proceso de cerrar el ciclo del luto.
A ustedes Pa y Ma, solo les digo que con ustedes se me fue un pedazo inmenso de mi corazón. Que los extraño cada día. Y que agradezco a Dios Todopoderoso haberme dado la fortuna de ser su hija y el privilegio de haber cuidado de ustedes hasta el final. De esto último, viene la paz, el consuelo y la fortaleza que sentimos a pesar de la pérdida.
¡Los amo y amaré siempre!
Su hija mayor, Elsita
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